domingo, 13 de enero de 2013

El Parlamento de Tapihue






El parlamento de Tapihue.

                                                        Sergio Villalobos R.

Recientemente ha circulado en forma ambigua que el parlamento de Tapihue efectuado el 7 de enero de 1825, habría reconocido derechos especiales al pueblo araucano deteriorando de alguna manera la soberanía del Estado chileno. La realidad, sin embargo, es completamente distinta, porque dicho parlamento marcó claramente la voluntad de los araucanos de integrarse plenamente a la nación chilena.
Durante la época colonial se efectuaron numerosos parlamentos que confirman permanentemente la soberanía de los monarcas sobre la Araucanía. En uno de los primeros parlamentos, convocado por el gobernador Alonso García Ramón en 1605, el cacique Ainavilla a nombre de los demás manifestó el deseo de todos ellos de ser vasallos leales al rey y de vivir en paz. Como es fácil comprender, esa aclaración no tuvo cumplimiento, pero marca la tónica de todo ese tipo de tratos; aceptar la sumisión sin perjuicio de seguir viviendo de acuerdo con sus costumbres. Para los españoles significaba la aceptación del dominio, a sabiendas que la lucha reaparecería.
La existencia de una línea fronteriza en las cercanías del río Biobio desde el comienzo del siglo XVII no significó de ninguna manera renunciar a la posesión de la tierra de los nativos. La línea de frontera debería avanzar paulatinamente a medida que las circunstancias lo permitieran  y de hecho algunos fuertes fundados tierra adentro como Nacimiento, Angol, Arauco, Lebu Paicaví, Boroa y Pûrén.
En los parlamentos quedaba reconocida la soberanía del rey de España, sin perjuicio de dejar a los indios viviendo en libertad para ejercer sus costumbres. Los nativo se comprometían a mantenerse en paz y generalmente a devolver prisioneros, admitir la entrada de sacerdotes, combatir a los enemigos de España que llegasen a la costa, y entregar a los delincuentes que entrasen a  sus tierras.  
Los parlamentos no eran “tratados”, porque estos se efectúan solamente entre Estados y los araucanos nunca llegaron a esa forma superior de organización. Eran solamente una comunidad segmentada o agrupación de parcialidades con una cultura común. Vivían en disputas sangrientas entre ellas y solamente reconocían a un “toqui” en forma temporal con fines bélicos. Por regla general, no todos adherían ni participaban en los levantamientos.
Al exponer sus ideas sobre los parlamentos, los etnólogos, indigenistas y personas cercanas a la historia, confunden las expresiones de la época con la semántica actual o no comprenden que muchas palabras se empleaban en sentido figurado. Es el caso de los términos estado o estados, embajador, representante, libertad y tantos otros.  A manera de ejemplo, digamos que cuando se habla de “estado de Arauco”, se está señalando un territorio, como podían ser los estados de la Orden de Calatrava o los del duque de Medinasiidonia. En inglés la palabra “state” tenía el mismo sentido y hasta el día de hoy el corretaje de propiedades se designa como “real state”.
Es conveniente que quines estudian el pasado tengan una adecuada formación lingüística o por lo menos literaria.
Por último, las tierras de la Araucanía eran estados del rey de España.
Para entender los parlamentos, debe tenerse en cuenta que estos fueron una forma de entendimiento a e medida que la Guerra de Arauco desde mediados del sigo XVII había quedado atrás y había sido reemplazad por la convivencia fronteriza, en que existían toda clase de relaciones. Muchas reducciones eran amigas, sus guerreros secundaban a las huestes hispanocriollos, los gobernadores designaban suboficiales para azsesorar a los caciques y espiarlos a la vez; también daban a los jefes indígenas el rango de caciques gobernadores y como símbolo de poder les entregaban bastones con casquillos de plata. Los indígenas, por su parte, ayudaban a aprovisionar los fuertes y colaboraban con las misiones.
Ese orden fue interrumpido por las lucha de la Emancipación, porque los causillos realistas impulsaron a los araucanos a combatir junto a ellos contra los patriotas; pero al comenzar el año 1825, algunos de los jefes realistas habían sido derrotados y los indígenas comprendieron que su situación era mu precaria. Uno de los caciques más importantes, Mariluán, que había sido catequizado, y que desde hacía tiempo había mantenido comunicaciones con el coronel Pedro Barnechea, comandante de la Alta Frontera, se  manifestó dispuesto a celebrar un acuerdo. Al efecto envió cuatro caciques somo “embajadores”, que acordaron con Barnechea los puntos que se tratarían. El parlamento se realizaría en Tapihue, cerca de Yumbel, donde se habían realizado otros parlamentos con anterioridad. Mariluán, acompañado de sesenta caciques y una masa de sus guerreros, llegó al campamento chileno y corriendo a caballo en círculo gritaron repetidamente “¡Viva la paz, viva la patria, viva la unión”!
Al concluir los acuerdos, Mariluán, puesto de rodillas y con un crucifijo en las manos invocó al creador: “Señor Dios, a mi modo he montaddo a caballo solo a pedirle perdón de mis pasados delitos en contra de mi derecho; pero, Señor Dios, no tengo la culpa, sino mis padres que jamás nos advirtieron que los españoles eran nuestros tiranos y que nos habían quitado nuestra libertad”. En tales palabras se muestra que la libertad de que se hablaba era respecto de los españoles.
En las conversaciones, Barnechea exhortó a los caciques a unirse estrechamente con la patria, asegurándoles que son esa unión alcanzarían un bienestar y las ventajas de la civilización.
Mariluán manifestaba con la cabeza su aprobación a las palabras del coronel y luego todos estuvieron de acuerdo.
El “tratado”, antes que nada, era un acuerdo para consolidar la unión nacional, puesta en peligro por la acción de los jefes realistas.
Aludía, el artículo primero. A las grandes ventajas del ser una sola familia para combatir   a los enemigos, aumentar el comercio y superar los males que habían afligido a la república en los últimos catorce años. Se dejaba constancia, además, que don Francisco Mariluán, a nombre de todos los caciques, se unía en opinión y derechos a la gran familia chilena.
El siguiente artículo establecía que el Estado chileno abarcaba el el territorio desde el despoblado de Atacama hasta el confín de Chiloé, cuyos habitantes, sin excepción, serían tratados como ciudadanos chilenos con todas sus prerrogativas, gracias y privilegios. Luego se señalaba que los araucanos quedaban sujetos a las mismas obligaciones que los chilenos y a las leyes que dictase el Congreso.
Otros artículos mencionaban a los jefes indígenas  como “caciques gobernadores”, es decir, reconocidos por el gobierno, que nombrarían capitanes de amigos en sus reducciones, esto es, componentes del Ejarcito chileno, que facilitarían sus contactos.
Ellos dependerían de un comisario, de antigua creación, que cada dos meses debía recorrer las colectividades para segurar la paz y la unión. Se concedía, además, a los caciques  gobernadores, derechos a castigar a los que pasasen a sus territorios a cometer robos.
Una curiosa solicitud del “diputado” Mariluán, el establecimiento de los fuertes de Los Ángeles, Nacimiento, San Carlos de Purén y Santa Bárbara, para mantener la seguridad y el tráfico continúo.
Po último, quedó garantizado que los araucanos podrían extender sus tratos comerciales hasta lo último de la república.
Al concluir la ceremonia, según un testigo, los jefes indígenas levantaron sus sombreros y los agitaron gritando mil veces: ”¡Viva la unión, viva la libertad!”. Era evidente que se traba de la liberación de los españoles, según varias expresiones del acuerdo.
En esa forma, el parlamento ratificó la más plena incorporación de la Araucanía, como existía desde los tiempos coloniales. Y pareció tan importante al gobierno, que se ordenó la publicación de su texto en un folleto de cuatro páginas en la Imprenta Nacional.



1 comentario:

  1. Olvidas ciertas cosas. El Parlamento fue publicado, por ende, debe respetarse. Como en cualquier país serio del mundo, cuando los tratados no se cumplen, los desconoces.

    El estado no cumple todo lo del tratado. No le da la autonomía a los mapuche, no reconoce los 4 butalmapu, no deja que los mapuche puedan tener control sobre los chilenos, porque, recuerda, el parlamento dice que no puede haber más chilenos que los que ya había. Y los jefes de butalmapu tenían el derecho a expulsarlos, algo que hoy no se permite.

    Y como no se permite, el Estado chileno está desconociendo lo que dices, la unión, la integración y la voluntad mapuche de ser parte de Chile. Por ende, no respetar el tratado de tapihue es entregarle los derechos que les dejó España, y como España tampoco reconoce los tratados hoy, por cosas del "uti possidetis iure" las tierras son de los autoctonos, y no de Chile ni de España.

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